Ella, tu perra, estaba allí abajo, olisqueando el rastro perdido de los erizos que de seguro ya se habrían guarecido. Vino hacía mí en cuanto me vio. La vi acercarse casi al trote, mancha negra que se confundía con la oscuridad que iba desapareciendo.
Y llegó hasta mí cubierta de esas mismas gotitas de agua que en su pelaje negro simulaban brillantes perlitas de cristal.
- Estás vieja, Lola.
Y ella me miró como asintiendo con resignación.
Sí, las dos nos estamos haciendo viejas pero nuestros espíritus siguen viviendo en esa eterna juventud que nos da las fuerzas necesarias para que cada día sea como si hubiéramos vuelto a nacer.
Tuvimos un gran Maestro las dos.
Vamos dentro que hace frío.
No hay comentarios:
Publicar un comentario