Aún no amanecía cuando busqué impaciente el lejano horizonte que aún no se dibujaba.
Busqué y busqué y al final comenzó, borrosamente, a distinguirse una vaga forma en la brumosa distancia.
Una delgada nube se apoyaba tímidamente en la línea que marca el límite entre el cielo y el suelo.
La miré detenidamente, saboreándola, sin notar en ella ningún cambio significativo durante un tiempo.
Al final comenzó a mostrar una leve tonalidad de colores azulados sobre el verde de la yerba mojada.
Y tímidamente, entre su suavidad algodonosa, comenzaron a colarse los primeros rayos de sol.
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