De repente hoy, esta tarde, me he sentido terriblemente triste. Más que triste, desgarrada. Esto es así, lo mismo tocas el cielo con las puntas de los dedos que se abre ante ti un boquete inmenso que te traga entre el lodo intentando ahogarte.
Lo peor de todo es que esos momentos llegan así, de pronto, sin dar ninguna señal de su llegada. Son traicioneros y dañinos, no avisan y tal parece que se se enarbolan atacándote a traición. Tampoco te dan tiempo de reaccionar. Yo, que de por sí me siento alguien cerebral, aún no he sido capaz de atajarlos antes de que lleguen.
Y me derrumbo.
Me es imposible controlar ese dolor que me corta las entrañas y me roe el corazón con dientes punzante.
Esta tarde, lloré, sollocé, grité, tiré de mi pelo y tapándome la cara me fui apoyando en todos los quicios de las paredes para que mis piernas pudieran sostenerme. Sentía un frío cortante, temblaba y todo en mí estaba negro. Y grité, grité y grité.
Luego, cuando pude atisbar una ranura de luz luché con todas mis fuerzas para que esa ranura se fuera haciendo más grande y poder escapar por ella. Me costó pero lo conseguí.
El resultado fue unos ojos hinchados y una gran laxitud en mis miembros, además de una cierta decepción por haber recaído.
Luego me subí al coche y me fui al Aldi, que lo tengo justo saliendo de los pinos, y me evadí mirando los estantes y comprando alguna que otra cosa.
Una hora después he llegado a casa, y me he pasado un rato meciéndome en el columpio donde suelo jugar con mi nieta.
Sí, ésto es así.
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